Las mujeres masai se enfrenta a multitud de obstáculos por dos motivos: uno por ser mujer y otro por ser masai. Suelen dejar la escuela antes de los 10 años para dedicarse a las tareas que “su tribu” y la “sociedad” les ha encomendado. Son consideradas inferiores a pesar de que son ellas las que se encargan de construir las casas, ir a por agua, cuidar de sus hijos, del ganado, del hogar, ir a por leña, y un sinfín de cosas más. En definitiva, hacen que su comunidad salga adelante y sin ellas no sería posible. Dentro de esta comunidad, el hombre cumple las funciones de pastor y resuelve asuntos políticos o sociales.
La vida de las mujeres transcurre en el seno de una tribu patriarcal. Las familias son las que acuerdan con quién se van a casar, incluso siendo muy pequeñas. Casi siempre los motivos materiales o económicos son los que mueven estos acuerdos. El marido puede tener varias esposas, y esto a pesar de lo que podamos pensar, es aceptado por ellas ya que es su cultura. Se ayudan y pasan su sabiduría de las más mayores a las más pequeñas, desde la primera esposa a la última. Son mujeres fuertes, hacen piña y se cuidan.
Es una realidad que hoy en día en este tipo de tribus, todavía son practicadas de manera habitual la ablación, la violación y el matrimonio infantil, a pesar de estar penados por la ley.
Voluntariado con propósito
Hace tres años hice un voluntariado en un centro de rescate de niñas que vienen de situaciones familiares complicadas, como las anteriormente mencionadas. Elegí una ONG pequeña de confianza llamada Tumaini, que junto al fundador del proyecto local, me pidieron hacer “algo” para empoderar a la comunidad de mujeres masai de la zona. Fue entonces, cuándo el turismo sostenible cobró toda su importancia. Vi que podía ser una herramienta fundamental para la prosperidad de esta comunidad.
El producto turístico sostenible que diseñé consistía en un taller de abalorios impartido por las mujeres masai. Aprovechando que cada abalorio tiene un significado cultural (prosperidad, belleza o posición social), sería el hilo conductor ideal para crear un espacio de intercambio cultural entre el voluntario y la mujer local. El taller se ofertaría desde la ONG o en el propio proyecto en Kenia como un valor añadido a la experiencia de voluntariado. Parte del dinero recaudado se reinvertiría en comprar materia prima y el resto, se quedaría directamente en la comunidad. De esta manera se fomentaría la economía circular.
El principal objetivo del proyecto era que las mujeres fueran más independientes y más libres. A la vez, que tuvieran la oportunidad de dar a conocer su cultura y sus tradiciones para poner en valor la autenticidad de su pueblo y sus costumbres. En definitiva, ayudarles a obtener una fuente de ingresos extra para que se sintieran útiles y que las ayudara a crecer de una forma sostenible económica, social y medioambientalmente.
Expectativas vs realidad
El centro estaba situado en una zona rural masai cerca de Nairobi. Hasta ese momento nunca había estado tan mezclada con la población local y la primera palabra que aprendí fue “mzungu”, que es como nos llaman a los blancos en suajili. Es justamente durante la implantación del taller cuando me doy cuenta que no pensé en las cosas que podían salir mal.
En primer lugar, Muthoni, la portavoz de la comunidad, no tenía conocimientos en hacer pulseras a pesar de que afirmó que sí. Nos dimos cuenta que solo sabía hacer collares y que era otra mujer, ausente en ese momento, la que sí sabía. En segundo lugar, solo hablaba suajili. Esto dificultó la comunicación y llevó a un malentendido en cuanto al dinero que tenían que recibir. Por suerte, pudimos resolver el conflicto a través de una de las trabajadoras sociales. En tercer lugar, no repartió el dinero entre la comunidad de mujeres, se lo quedó ella. Y por último, su marido gestionaba la economía familiar.
Llegados a este punto, nos planteamos dos cuestiones. Por un lado, si el dinero se lo quedaba su marido el objetivo del taller carecía de sentido. Por otro, se podría generar un conflicto con él ya que no vería con buenos ojos su independencia económica.
En un principio sentí enfado y frustración, me sentí engañada. A medida que iban pasando los días fui entendiendo que no me había parado a pensar en el contexto de esas mujeres. Ellas pensaban en el hoy y no en el mañana. Mi pensamiento era “si a los voluntarios les gusta el taller, lo recomendaran y será una fuente de ingresos constantes para las mujeres”. En cambio ellas pensaban diferente: “hoy tengo dinero en mano para alimentar a mi familia.”
Mi aprendizaje
Muthoni, era una mujer masai de 30 años con siete hijos a los que alimentar. Mientras nos enseñaba a hacer collares, amamantaba a su bebé de tres meses que previamente le había traído su hija de ocho. Tuvimos la oportunidad de invitarla a comer en el proyecto de voluntariado, cosa que agradeció enormemente ya que probablemente no había comido nada ese día. Tuvo predisposición a enseñar lo poco que sabía y compartimos un momento muy enriquecedor que de otra forma no se hubiera producido. Ella quería saber más sobre mí. Me preguntaba si estaba casada, si tenía hijos, cuánto me había costado el billete hasta ese lugar. Compartimos risas y complicidad. En ese momento sentí que no había tanta distancia entre nosotras. Simplemente éramos dos mujeres, con la misma edad, tan diferentes, compartiendo una conversación.
Me di cuenta que estaba adoptando el comportamiento de la “blanca salvadora”. Con muy buena intención diseñé un taller para ayudar y nunca tuve en cuenta la opinión de las mujeres con las que iba a trabajar. ¿Quién era yo para juzgar o decidir si una mujer se siente útil o no? ¿Quién era yo para decir cómo se tienen que ganar la vida? Di por hecho que ellas necesitaban ayuda y no pregunté cuáles eran sus necesidades reales ni su verdadero contexto. Tampoco si necesitaban soporte o si les parecía bien compartir su saber-hacer y su folklore. Tenía todos los elementos para que el taller fuera un éxito menos la gestión de la población local.
Aprendí a no juzgar y a empatizar con su idiosincrasia. Entendí que para implantar un producto turístico de este tipo es esencial contar con las comunidades locales para que sean ellas mismas las que expresen cómo quieren trabajary qué necesidades tienen. Es importante dotarles de las herramientas para que ellas mismas puedan desarrollarse a su ritmo y sin imposiciones.
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