Durante la última década, el componente principal del turismo de aventura ha dejado de ser la adrenalina, para convertirse en el aprendizaje y la transformación. El turismo indígena, también conocido como turismo étnico o tribal, es una tendencia que ha crecido con peculiar rapidez.
Para los viajeros que buscan una interacción significativa con otras culturas, estos viajes pueden ser muy gratificantes. Sin embargo, a medida que el volumen de visitantes aumenta rápidamente, se han planteado problemas en relación con el aspecto ético de la visita a tribus y las consecuencias que estas visitas tienen en la preservación del estilo de vida y las tradiciones nativas.
El turismo indígena se define como “actividades turísticas en las que los pueblos indígenas están directamente involucrados, ya sea a través de su control o mediante la difusión de su cultura como principal componente de la atracción”. En la actualidad, no es difícil encontrar empresas de turismo o agencias de viaje ingeniosas que ofrezcan visitas tribales, que consisten en llevar autobuses repletos de extranjeros a visitar a los habitantes nativos en sus reservas o aldeas.
Lo ideal sería que los aldeanos tuvieran cierto grado de control sobre su participación en actividades turísticas y obtuvieran beneficios económicos concretos de ellas. Desafortunadamente, en la práctica es común que las aldeas reciban solo un porcentaje muy reducido del ingreso proveniente del turismo. Cada vez hay más evidencia de que las tribus están siendo explotadas por supuestos operadores turísticos que buscan obtener ganancias fáciles y rápidas.
También han surgido inquietudes porque, en muchos casos, los visitantes occidentales solo buscan la oportunidad fotográfica perfecta en lugar de verdadera inmersión cultural e interacción genuina. Los críticos describen algunas aldeas tribales como “zoológicos humanos”, donde los habitantes están básicamente atrapados en sus aldeas, obligados a usar vestimentas tradicionales y sonreír para las fotos. Su cultura se perjudica, y a ellos no les queda tiempo para practicar sus tradiciones y costumbres. Su vestimenta y productos tradicionales se exhiben a los turistas, pero en realidad, en muchos casos, hace tiempo que su forma de vida ha desaparecido.
Tal puede ser el caso de las “mujeres de cuello de jirafa” de la tribu padaung (karen), que se encuentra cerca de Chiang Mai, en el norte de Tailandia, y forma parte de lo que se conoce como las “tribus de las montañas”. El aumento del turismo étnico ha sido enorme. A tal punto que es casi imposible encontrar mujeres padaung “auténticas” que se adornen el cuello con anillos de metal porque así lo hicieron sus ancestros y no solo porque saben que sacarán provecho de ello. Además, mientras las mujeres y los niños padaung de la aldea venden artesanías y posan para los turistas durante todo el día, en la mayoría de los casos, los hombres no trabajan. A menudo descuidan sus tradiciones agrícolas, y el índice de desempleo entre ellos a veces alcanza el 90 %.
Los “zoológicos humanos” (o “safaris humanos”, como se los conoce en zonas más remotas, generan cada vez más preocupación en lugares como Perú, donde inescrupulosos operadores turísticos están obteniendo beneficios económicos de la explotación de las tribus indígenas de la selva amazónica. A medida que aumenta el turismo cerca de la Reserva de Biósfera del Manu, cerca de Cuzco, también aumenta el número de avistamientos declarados de los mashco piro, una de las aproximadamente 15 tribus aisladas de Perú y una de las 100 tribus similares que se cree que quedan en el mundo. Esto es motivo de gran preocupación, ya que cualquier intento de entrar en contacto con esas tribus puede tener graves consecuencias: un simple resfrío podría poner a toda una tribu en peligro, ya que el sistema inmunológico de sus habitantes difiere del “occidental”.
América del Sur no está sola en esta lucha. En las Islas Andamán, en India, hay operadores turísticos que ofrecen “safaris humanos” dentro de la reserva de los jarawas, una tribu recientemente contactada, a pesar de las promesas del gobierno de prohibir este tipo de prácticas. Los turistas que visitan las Islas Andamán en India están usando un camino ilegal para ingresar a la reserva de la tribujarawa con la esperanza de “avistar” a miembros de la tribu, tal como se avistan animales salvajes en un safari. Survival International ha redactado el borrador de un mensaje de correo electrónico dirigido al gobierno de la India, en el que se le solicita que cierre el camino y detenga los “safaris humanos”. Participar en esta iniciativa es muy sencillo.
Por otro lado, algunas personas sostienen que el turismo étnico ha ayudado a aumentar la toma de conciencia sobre los pueblos indígenas, muchos de los cuales deben hacer frente a la opresión, la redistribución arbitraria de tierras y los desafíos que conlleva la integración social y económica. La llegada de turistas también ha permitido que prosperen las artes y artesanías tribales tradicionales, lo cual a menudo supone una fuente de ingreso adicional (o la única fuente de ingreso) para la comunidad. Las intrincadas máscaras hechas a mano por los borucas de Costa Rica, por ejemplo, han adquirido fama internacional y facilitado no solo la independencia económica de la aldea, sino también la preservación de ese arte.
De la misma manera, los alfareros chorotegas de la aldea de Guaitil, en Costa Rica, continúan creando sus características cerámicas precolombinas cocidas al horno. Algunas de estas piezas de cerámica indígena son reproducciones de objetos arqueológicos pertenecientes a sus ancestros: el gobierno les provee fotografías de los utensilios originales que forman parte de las colecciones del museo nacional. La labor de los talleres y las organizaciones que mantienen vivo este rico legado, transmitido de generación en generación, solo es posible gracias a los numerosos viajeros que visitan la aldea para emprender este viaje al pasado a través del arte. Las ventas de la cerámica de Guaitil se han convertido en el sustento económico de toda la comunidad.
El debate no solo abarca a los turistas extranjeros que visitan destinos “exóticos”: la defensa de la cultura nativa en lugares como Canadá y Estados Unidos también es muy necesaria en lo que respecta al turismo local. En Australia, por ejemplo, el turismo indígena permite que los australianos que no son indígenas conozcan la forma de vida de los habitantes originarios y del Estrecho de Torres. Dado que los habitantes nativos solo representan el 3 % de la población total del país, suele suceder que, sin proponérselo, los australianos que no son indígenas tienen poca conciencia cultural y casi nada de interacción con los pueblos originarios. Las experiencias que forman parte de un programa nacional de reconciliación incluyen compartir la historia y las tradiciones a través de tours y promover la comida, el arte, la música y la danza originarios.
A pesar de los esfuerzos, la brecha cultural entre los indígenas y los australianos que no son indígenas no es fácil de cerrar. Un buen ejemplo es Uluru (o Ayers Rock), que se encuentra en el Parque Nacional Uluru-Kata Tjutay es una las atracciones turísticas más importantes del país. El monolito es un sitio sagrado para los habitantes nativos; por lo tanto, su ascenso infringe sus normas culturales y sus creencias espirituales.
Sorprendentemente, esta actividad no está prohibida. En su lugar, las autoridades locales han decidido simplemente informar a los visitantes sobre los riesgos, según las enseñanzas ancestrales de la tradición Tjukurpa, para que ellos mismos puedan decidir no escalar la formación rocosa. Por suerte, este enfoque ha funcionado, y el número de personas que deciden escalar Uluru ha disminuido de manera constante.
Es un dilema muy común entre los viajeros: participar en actividades de turismo étnico y visitar las tribus porque de ello depende su supervivencia o no visitarlas para evitar su explotación. Ciertamente, en muchos casos, las otras opciones que los habitantes locales tienen para subsistir suelen ser arduos trabajos agrícolas o dádivas del gobierno o de organizaciones no gubernamentales. Es evidente que se trata de un debate complejo.
Como siempre, “hacer lo correcto” implica hacer las averiguaciones necesarias y plantear suficientes preguntas. Los viajeros que deseen participar en cualquier forma de turismo tribal (excepto ponerse en contacto con tribus aisladas; esto siempre se desaconseja) deben informarse sobre la tribu que desean visitar y asegurarse de que cualquier dinero recaudado se destine al bienestar de los habitantes indígenas. A nivel institucional, los gobiernos deben entrar en acción y sancionar leyes para proteger a las comunidades indígenas, las ONG deben aumentar la toma de conciencia a través de campañas y los operadores turísticos deben regirse por un estricto código de conducta.
Existen compañías de turismo éticas y responsables. En general, los mejores tours son aquellos en los que pequeños grupos de personas van con la intención de quedarse una noche en la aldea, ya que esto genera los ingresos más sostenibles. Estas estadías en casas de familia ofrecen una verdadera inmersión cultural y, probablemente, una experiencia única.
Next Step Thailand, que cuenta con opciones de turismo étnico en el territorio de las tribus de las montañas del norte, ofrece este tipo de estadías y más. Su iniciativa Share the Dream está diseñada para ayudar a que los habitantes locales puedan tener una mejor vida. A través del proyecto, recaudan fondos para niños en edad escolar y para adquirir suministros médicos básicos, así como para reclutar voluntarios que enseñen inglés en las aldeas remotas y ayuden a reconstruir las escuelas locales. Al contratar uno de sus tours, automáticamente estarás contribuyendo con las comunidades tribales locales. Su objetivo es ayudarlas a mantener su independencia y conservar su carácter único y, al mismo tiempo, acercar a los turistas a su cultura, para que la vivan por sí mismos y la comprendan. De la misma manera, con la ayuda de Rickshaw Travel, se puede organizar un encuentro profundo con el pueblo karen.
En el Territorio del Norte, en Australia, el operador turístico indígena Wuddi Cultural Tours pretende mantener viva la cultura aborigen local y transmitir el conocimiento a la siguiente generación a través de tours personalizados que permiten conocer el área local y establecer un vínculo entre los sitios de interés y los utensilios y las historias de los pueblos a los que pertenecen.
En el sur del país, Bookabee, una empresa cuyos dueños y empleados son aborígenes, va más allá de los tours étnicos que ofrecen un panorama de la historia y la cultura aborigen australiana. También ofrece capacitación sobre sensibilización cultural, que aumenta el conocimiento y la motivación de los participantes y los alienta a desafiar sus actitudes y valores personales para promover una mejor comprensión de los aborígenes australianos. Ver Australia a través de los ojos de un guía turístico que además es habitante originario del país agrega una nueva dimensión de vivencia y comprensión.
A medida que en todo el mundo aumenta la popularidad del turismo indígena y el deseo de conocer la “verdadera” forma de vida de los habitantes originarios, tenemos que empezar a preguntarnos si las consecuencias del turismo tribal son más negativas que positivas. Irónicamente, cuanto más damos por sentada la autenticidad que tanto buscamos, más se desvanece, y con ella también se pierde su preciosa herencia.
Gabriela Sijer es una de las cofundadoras de Rooms for Change. Este artículo ha sido traducido en español gracias a nuestra colaboradora Eugenia Puntillo, traductora profesional.