Vivimos en una era en la que el turismo se ha vuelto más exigente. Una exigencia caracterizada por la cacería de lugares y culturas auténticas. Para el propósito de este artículo definiremos auténtico como aquello que muestra sus cualidades originarias o ancestrales y que no han sido afectadas por el tiempo o el espacio.
Esta incesante búsqueda lleva asociada una transversalidad que en muchos casos es obviada u olvidada; y es que debido a la globalización, pocos destinos conservan al 100% la autenticidad demandada por el turista y/o por el operador para denominar a la experiencia como tal. Nos enfrentamos por consiguiente a un problema que inconscientemente hemos solucionado de dos maneras: la primera, hemos decidido calificar como experiencias auténticas a experiencias que son semi-auténticas (es decir, donde las culturas y/o lugares aún conservar determinadas características que marcan y delimitan sus orígenes en cierta medida).
La segunda tiene que ver con el sentido opuesto de la mera autenticidad, la llamada “staged autenticity” (o autenticidad escenificada). Aquí, contrariamente a los principios de turismo responsable, personas (que en ocasiones no tienen ninguna relación con la cultura que promueven), se aprovechan de está ‘demanda’ realizando un show que satisface al visitante a la vez que les reporta una ganancia económica significativa. Véase el ejemplo de los gladiadores romanos a las puertas del Coliseo o los shows de estereotipos culturales en los hoteles ‘todo incluido’.
Hay una cosa, sin embargo, que no hemos llegado a comprender todavía en esta búsqueda; y es que de poco importa cuán auténtico sea el lugar que promovemos como tal, que al fin y al cabo la satisfacción del visitante únicamente será complacida si el mismo está dispuesto a entrar de lleno en los confines de la propia cultura. De poco sirve encontrar lugares que puedan satisfacer las ansias de autenticidad si luego llevamos a turistas que no está dispuestos a salir de su zona de confort. Turistas que piensan que nada más por encontrarse en un determinado destino van a ser artífices de las experiencias culturales más genuinas.
Quizás es un problema de comunicación por parte de los operadores que no saben cómo llegar a un viajero que está dispuesto a ir más allá cuando visita un destino; que se preocupa por saber el nombre de sus anfitriones y la historia del lugar donde se hospeda. Un viajero que está dispuesto a gastar algo más que lo que tiene incluido en su paquete para encontrar esa convivencia, esas relaciones naturales con artesanos, con la persona que le sirve un café o con la que ve la vida pasar sentado en su mecedora en la puerta de su casa.
Del mismo modo también puede ser un problema de los propios turistas, que en ocasiones simplemente tienen el ansia de visitar lugares recónditos por el status que les otorgan las fotografías cuando regresan a sus hogares. Este turista en muchas ocasiones ni siquiera se siente a gusto cuando llega a tales destinos, se puede llegar incluso a sentir incómodo fuera de la hojalata de la camioneta y durante su estancia se suele quejar que el lugar no es ‘tan auténtico’ como creía.
Llevamos equivocados todo este tiempo, la autenticidad no la busca el operador y tampoco la busca el turista cuando prepara su viaje. La autenticidad se encuentra en las relaciones que el turista crea con las personas del lugar que visita durante su estancia. Entender esto es clave tanto para poder transmitir las emociones que incitan el viaje, como para poder llegar a una audiencia adecuada: el viajero que sabe entender y valorar es esfuerzo que significa vivir bajo la estela de una cultura auténtica y originaria en pleno siglo XXI.