La declaración del estado de alarma ante la crisis de la COVID-19 vació las calles españolas. Desaparecieron los coches, se desocuparon oficinas, aeropuertos y tiendas. La vida que conocíamos quedó relegada a una espera casera con el único objetivo de evitar el contagio del coronavirus y salvar vidas.
El cambio más notable fue el uso del coche. El cierre de los colegios y el teletrabajo en muchas empresas nos recluyeron en nuestros hogares. La polución, que cada año mata a miles de personas, se redujo en cuestión de horas, como ya ocurrió antes en China e Italia. Solo en la primera semana de confinamiento, el tráfico por carretera descendió un 60 %.
Según Greenpeace, los valores medios de dióxido de nitrógeno (NO2), el principal gas contaminante emitido por los vehículos, apenas han alcanzado el 40 % del límite fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Unión Europea (UE) desde el 10 de marzo, cuando se establecieron las primeras medidas de contención. Y los niveles de concentración no dejan de caer a medida que pasan los días.
Muchas de las costumbres que hemos dejado para superar la pandemia también servirían para la lucha climática. ¿Qué nos impide actuar entonces frente a esta crisis?
“Las sociedades solo reaccionan cuando hay un impacto negativo muy fuerte, como es el caso del coronavirus. Pero tenemos predicciones muy fuertes de que el cambio climático está incrementando los impactos de distinto tipo”, explica a SINC Jofre Carnicer, profesor de Ecología de la Universidad de Barcelona e investigador del CREAF y del IRBio.
Además del uso del coche durante la crisis de la COVID-19, las personas han dejado de hacer turismo, de consumir innecesariamente, de viajar en avión para una reunión de pocas horas, contribuyendo a generar menos emisiones de dióxido de carbono. Estos cambios se han producido a todos los niveles, incluso en las más altas esferas de la Unión Europea. “Ahora vemos que pueden hacer un consejo europeo online”, comenta Javier Andaluz.
Cuando existe voluntad social y política, la sociedad es capaz de tomar medidas que hace un mes hubieran sido impensables. En el caso de la COVID-19, los cambios de hábitos y de estilo de vida han sido asumidos por la cuidadanía por el número de fallecimientos y afectados, y por la saturación del sistema sanitario.
Una vez que acabe la emergencia sanitaria actual y finalice la cuarentena, habrá un efecto rebote para hacer lo que hacíamos antes incluso con más intensidad. “Eso sería lo previsible. Lo que a mí me gustaría es que esto sirviese para replantearnos en qué situaciones nos hacen falta el coche, consumir o coger un avión para asistir a una reunión”, indica Escrivà.
“Lo coherente es que cuando se acabe la crisis sanitaria superurgente del coronavirus, entendamos que hay otra crisis a largo plazo que ya está teniendo efectos y también demanda acción”, añade. Para ello, habrá que tener en cuenta qué está dispuesta a hacer la ciudadanía.
Este artículo es un resumen de la noticia original publicada por Agencia Sinc: “Crisis del coronavirus vs. crisis climática: lecciones de un confinamiento forzado”.