Los cinco países herederos de esa rica tradición, Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras y México, han visto crecer en los últimos tiempos asociaciones y cooperativas cuyos objetivos son que pobladores de esas comunidades guíen a los turistas en un recorrido por su cultura viva y que los fondos obtenidos redunden en ellas.
“El papel de las mujeres en el turismo comunitario y en toda la vida es primordial, porque somos las generadoras de todo el movimiento de la organización, de las comidas y también hay mujeres guías, tenemos puestos directivos… Estamos en todas las fases”, explica a Efe Justita Ríos, representante del centro ecoturístico Top Che, situado en la Selva Lacandona, en Chiapas (México).
La Asociación de Guías de Ecoturismo Rupalaj K’istalin, de San Juan La Laguna, en Guatemala, está estrechamente vinculada al trabajo protagonizado por mujeres. Una de sus integrantes, Olga Cholotio, recuerda que en la comunidad tz’utujil, de la que ella procede, las mujeres dependían “de si el hombre trabajaba en el campo, en la oficina” y tenían que “esperar la paga”, pero que “ahora los papeles son a la inversa”.
Si esta modalidad turística ha servido a las comunidades para obtener recursos propios, para mostrar al viajero una relación respetuosa con el medioambiente y para que éste experimente una manera diferente de conocer un país, el grupo más favorecido, según se desprende de sus manifestaciones, es el de las mujeres.
Este artículo es un resumen de la noticia original publicada por El Comercio: “El turismo comunitario, clave del empoderamiento de la mujer en el mundo maya”.