Según el Barómetro del Organismo Mundial de Turismo, más de 1.200 millones de personas viajaron para hacer turismo durante el 2016. Esta industria es una de las más importantes en todo el mundo y se estima que da trabajo a uno de cada once trabajadores y que genera cerca del 11% del PIB mundial. Parece lógico, pues, que todos los países quieran sacar partido, pero ¿a qué precio?
En esta misma línea, Soledad Morales, profesora de los Estudios de Economía y Empresa de la UOC remarca que esta forma de turismo «es viable en todos los contextos, países y modalidades turísticas» porque al respetar a la población local y distribuir los beneficios de manera más equitativa, se beneficia así a las comunidades más desfavorecidas. En los países en vía de desarrollo, los grandes complejos hoteleros coexisten con proyectos o productos de turismo comunitario responsable y sostenible.
Sin ánimo de fomentar el turismo de masas, la profesora de la UOC reconoce que estas dos formas de turismo no solamente pueden coexistir sino que incluso pueden llegar a ser complemenarias, idea que comparte Pablo Díaz, quien considera que «el turismo, cuando está más repartido, es menos perjudicial, y un turismo de masas controlado es necesario».
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