Estos días superamos el récord de presencia de personas en las Islas Baleares. El año 2015, llegamos a ser 2.010.520 personas el 10 de agosto. Nunca antes habíamos superado los 2 millones y este año vamos camino de aumentar la cifra al menos en un 11,2%, según los datos provisionales del primer semestre. Somos islas de récord en el mundo en número de plazas hoteleras y de turistas por habitante y por km², al nivel de algunas pocas islas del mar Egeo, Canarias, Polinesia, Cabo Verde, Hawai y las Antillas. Los turistas están por todas partes. Saturan los espacios comunes: carreteras, playas, plazas, monumentos, hospitales… Encarecen el acceso a los recursos más básicos, como es la vivienda, por su rentabilidad financiera y por su alquiler turístico, legal o ilegal. El consumo de recursos es insostenible, como se demuestra con el cálculo de la huella ecológica del turismo en las Islas Baleares, que ya es 3,7 veces superior a la biocapacidad del territorio balear (con un déficit ecológico total 6 veces superior a su extensión real), según la investigación de Ivan Murray.
La percepción social de superación de los límites es cada día más compartida por la población y por los mismos turistas, que manifiestan su insatisfacción. Superamos los límites ambientales y sociales por la saturación y por la distribución desigual de la riqueza. La tendencia, que fundamenta el sistema capitalista y recibe el apoyo de las administraciones públicas, es favorecer a los propietarios del capital (grandes hoteleros, inversores, especuladores… que no crean riqueza sino que se la apropian), con la explotación de los trabajadores que los empuja hasta el umbral de la pobreza y al endeudamiento.
Han sido la insularidad, la estacionalidad y el consenso social en defensa del territorio y el bienestar colectivo las que nos han protegido y diferenciado como destino turístico. Pero esto mismo también hace que las inversiones financieras aumenten la rentabilidad, como también ocurre en Barcelona a raíz de los movimientos sociales de resistencia a la homogeneización, que hacen crecer el capital colectivo simbólico del territorio. Estos “condicionantes” son en realidad valores a preservar: no son procedentes las campañas de desestacionalización, la insularidad y la estacionalidad son ventajas socioambientales que permiten recobrar un cierto equilibrio con el reposo y la conciencia social favorable a la limitación del crecimiento es la solución y no el problema.
En estas circunstancias, el empresariado del sector turístico no sólo demanda más infraestructuras, para ensanchar los “cuellos de botella” que frenan el crecimiento: los puertos y aeropuertos, la desalación de agua, las autopistas y carreteras o, incluso, las playas. También piden “desestacionalizar”, para alargar la temporada sin rebajar, sin embargo, el pico estival. Y es que la voracidad y la codicia no tienen nunca suficiente. Por ello la actividad humana supera los límites ambientales, lo que provoca, por ejemplo, el cambio climático, y deteriora el bienestar colectivo, como se evidencia por los desplazados de guerras por los recursos naturales y raíz del colapso socioambiental, que pierden la vida para entrar en Europa.
Cuando esta situación extrema hace aparecer señales de “turismofobia” (como con pintadas en Palma), las autoridades políticas reaccionan pidiendo hospitalidad con el turista, paciencia y que valoramos que los beneficios que generan compensan los inconvenientes que causan. Este es el mensaje de la campaña “Bienvenido Turismo Sostenible” que ha puesto en marcha el Gobierno Armengol, coincidiendo con el pico de la presión demográfica. Pero esta no es la respuesta que esperábamos de los responsables de la política turística. Las “moratorias turísticas y urbanísticas” tienen un largo recorrido en las Islas Baleares. Sin embargo, no han sido suficientemente efectivas para contener el crecimiento, por lo que hay que profundizar con nuevas medidas más efectivas.
Puesto que vivimos en unas islas de récord, ya hemos sido pioneros en la aplicación de medidas de ordenación y fiscalidad territorial y turística: desclasificación de suelos urbanizables, numerus clausus de plazas hoteleras, ecotasa, protección de espacios naturales, etc. Pero ahora tenemos que superarnos y ser más creativos y atrevidos. Esto nos hace pensar que para mejorar la sostenibilidad hay que decrecer turísticamente. Cada día más académicos aportamos argumentos a favor de esta opción. Abandonar el objetivo de crecer para rebajar nuestra carga ambiental y mejorar la justicia social es revolucionario y anticapitalista. Solo se trata de una decisión política. Sería lo más sensato, rebelde al cansancio y valiente para hacer frente a la catástrofe socioambiental que nos amenaza.
Tal vez, pensar que seamos capaces de comportarnos con cordura sea utópico. Pero es mejor tener ilusiones que hacerse la ilusión de seguir creciendo, sin hacer caso de las alarmas.
Este artículo de opinión se publicó originalmente en catalán en Alba Sud – Investigación y comunicación para el desarrollo: Hacia la sostenibilidad por el decrecimiento turístico, y ha sido reproducido en Travindy con el permiso de su autor.